martes, 9 de agosto de 2016

ESCULAPIO, EL HIJO DE APOLO.

ASCLEPIO LE LLAMÓ SU PADRE. EL SANADOR.








Asclepio aprendió el arte de la curación tanto de su padre, Apolo , como de Quirón. Llegó a ser tan hábil en la cirugía y en el empleo de medicamentos que se le venera como el fundador de la medicina. no solo curaba a los enfermos, sino que además Atenea le dio dos redomas con sangre de la gorgona Medusa; con la extraída de las venas de su lado izquierdo podía resucitar a los muertos, con la extraída de su lado derecho podía matar instantáneamente.

Como todas las grandes deidades, Apolo es un dios asociado con muchos otros ámbitos además de la sanación, aunque su forma particular de sanar es inseparable de sus otras funciones y atributos. A menudo es entre los miembros de la generación siguiente, entre los hijos de los olímpicos, donde encontramos divinidades más especializadas. Así, es Esculapio, hijo de Apolo, el que destacará como el dios de la sanación. Su poder procede de su padre. Incluso en Epidauro, el lugar más identificado con Esculapio, su templo se levanta sobre las ruinas de un antiguo templo de Apolo. El santuario de Esculapio en el valle, benigno y pacífico, en la época clásica se dominaba con la vista desde un templo de Apolo levantado en la cima del monte. Mucho tiempo atrás Apolo, como Apolo Maleatus, había él mismo sanado a los enfermos visitándolos en sus sueños. Pero cuando Apolo se convierte en el Apolo de Delfos, tales visitas acaban resultando incongruentes. Ahora es otro dios, su hijo, el que realiza apariciones nocturnas.



La historia del nacimiento de Esculapio recoge muchas de sus características. Era el resultado de una aventura amorosa entre Apolo y una hermosa mortal llamada Coronis, nieta de Ares, dios de la guerra, y hermana de Ixión, el primer asesino humano. La genealogía une de nuevo los temas de sanación y muerte. Según la versión más citada, cuando Coronis descubrió que estaba embarazada, decidió encontrar un mortal con el que poder casarse y legitimar a su hijo. Apolo, enojado porque una mujer prefiriese un marido humano a un amante divino, envió a Artemisa a matar a Coronis y sus damas de honor; él mismo mató al mozo. No queriendo que su hijo pereciera en esa matanza, Apolo, haciendo
de cirujano y comadrona, abrió las entrañas de su querida moribunda para rescatar al niño ya desarrollado, y de este modo nace Esculapio, salvado de la muerte para que pueda crecer y sanar a otros.
Esculapio fue cuidado por Quirón, el centauro sabio que también fue maestro de Jasón, Aquiles y Acteón. Los centauros, criaturas con cuerpo de caballo y hombros y cabeza de hombre, descendientes de Apolo o tal vez de Ixión, eran salvajes y temibles. Pero Quirón, cuya genealogía es distinta ya que, como Zeus y muchos olímpicos, es hijo de Cronos, era sabio y amable. En su caso, su naturaleza animal parecía aportarle una conexión con la sabiduría instintiva y una honda comprensión de la condición corporal, que resaltaba en sus dotes como cazador, escultor y sanador. A diferencia de los otros centauros, Quirón era inmortal. Pero durante la batalla de Hércules contra los centauros, Quirón fue herido por una flecha untada en la hiel venenosa de Hidra, a la que Hércules había matado mucho antes. Esta herida era profunda, dolorosa e incurable. De hecho, su dolor era tan persistente que Quirón acabó lamentando una inmortalidad de la que no podía escapar. Es como si los dones de sanación del centauro estuvieran vinculados a su propio destino. " El Espejo del Yo".





Quirón representa algo distinto: el sanador todavía herido. Esto sugiere que nuestras heridas no son algo que haya que dejar de lado, superar, esconder, sino una parte integral de nuestro ser. Ello no significa que estar herido sea la verdadera salud, sino que la aceptación de nuestras heridas forma parte de la verdadera salud, como lo es la aceptación de que algunas heridas sanan y otras no.

En varias ocasiones, quizá recordando la injusta muerte de su madre, Esculapio empleó la poción mágica para traer de nuevo a la vida héroes injustamente castigados por los dioses, héroes enviados prematuramente al Hades.
Zeus, enojado con Esculapio por la insolencia de transgredir la frontera entre la humanidad y los dioses, le golpeó con sus rayos y lo envió al Hades, para que, aun siendo dios, pudiera experimentar por sí mismo el destino de los mortales. De este modo, Esculapio es el único dios de la mitología griega que experimenta la muerte.
Así pues, para los griegos el dios de la sanación es el que conoce qué es morir.
Aunque su estancia en el Hades fue sólo temporal, y aunque pudo experimentar la mortalidad sin mermar su inmortalidad, la experiencia de Esculapio de ser vulnerable a la muerte hizo que a los griegos les pareciera un dios más amable benévolo que ningún otro.





Los griegos creían que cuando dormimos nuestra psique, que permanece quieta durante la vida diurna, se vuelve activa. La psique es lo que sueña y lo que perdura después de la muerte de nuestro cuerpo viviendo en el Hades. «Psique» representa el núcleo de nuestro ser individual, nuestra esencia personal, lo que se encontrará con el dios. La psique ve los sueños y los recibe; los sueños son enviados por el dios, son teofanías. En el ritual de Esculapio, la epifanía, la aparición del dios en un sueño, se consideraba el acontecimiento sanador. Su llegada señalaba la transición entre la enfermedad y el retorno a la salud. Toda cura era un acto divino, un misterio, que sólo podía suceder en la oscuridad. En Epidauro, a diferencia de Delfos, era el paciente el que tenía la visión sanadora, en vez del sacerdote o la sacerdotisa. La propia visión realizaba la cura; no había necesidad de interpretación o de una acción basada en lo que prescribía el sueño.

Después el paciente ofrecía una canción de alabanza agradeciendo lo que había recibido y sacrificaba un gallo al dios como muestra de que la luz había vencido a las tinieblas y la salud a la enfermedad. A pesar de su reconocimiento del poder decisivo de las divinidades del submundo, Esculapio sigue siendo un hijo de Apolo, dedicado a la vida de la soleada tierra y a la lucha -nunca definitivamente victoriosa-contra la muerte.





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