domingo, 10 de mayo de 2015

SALOMÓN DESCUBRE EL REINO DE SABA

LA ABUBILLA DE SALOMÓN LE RELATA EL VIAJE.




Y la Abubilla Yafur fue introducida en las tiendas, en presencia del Señor
brillante sentado en su trono de esmeralda. Y ella se acercó, con la cabeza gacha,
el aire humilde, el ojo sumiso y arrastrando las alas. Pero su alegría estaba en su
pecho, y era una alegría muy grande. (…). Y la Abubilla, a una señal del Rey,
habló diciendo: «¡Oh mi Señor, mi excusa es válida!». Luego fortaleció la voz y
dijo: «Cuando llegamos a este país, observé, hacia el Sur, unos jardines
silenciosos, por la mañana, ricos de ríos de rápida corriente, de frutos y de
olores. Y su llamada era invencible, y mi alma se llenó de deseo por ellos. Y
partí volando, llena de ebriedad. Y entré en la ciudad de Saba, ciudad capital,
en medio de montañas. ¡Oh las montañas y sus pájaros!. ¡Oh voz dulce de los
rebaños!. ¡Oh jardines en los que me detuve, en el corazón de las plantas
aromáticas!. Pero, en una rama de un verde muy oscuro, me encontré con mi
hermana Anfu. Y después de las salutaciones por parte de una y otra, de los
votos y las frases, Anfu me dijo: “¿De dónde vienes, oh Yafur, feliz esclava de tu
señor? ¿Y adónde vas?”. Le dije: “Vengo, con el Rey de los horizontes, del reino
de Judea, y voy con él hacia su destino. Pero tú, oh hermana mía Anfu, ¿qué
haces en medio de estos jardines deslumbrantes de Mareb y de todos estos
pájaros cantores? Me dijo: “Soy la bienaventurada sirvienta de Balkis, de
largos ojos blancos y negros, aquella cuya cabeza es exaltada entre las realezas
de la tierra”. Dije: “Oh Anfu, yo no conozco a tu señora”. Ella dijo: “Es la
aurora sobre el país y la luz de nuestras miradas. Ven conmigo, oh hermana mía
Yafur, y no sabrás ya en qué lugar del mundo te encuentras. Ven, y tu hígado se

alegrará a la vista de Balkis.








Y de este modo podrás hablar de ella, como corresponde, a tu señor, y harás que dance su corazón”. Y yo y mi hermana
Anfu atravesamos lentamente los jardines. ¡Ah región de Saba, tierra excelente!
En ella hay fuentes, manantiales, muchos, muchos. Hay en ella higos, uvas y
limones dulces, muchos, muchos, y albaricoques de dos en dos, y melones cuya
carne tiene cuatro manos de espesor, y todos los frutos que procuran placeres y
goces lícitos, muchos, muchos. Hay en ella rosas de sensata pétalos y, en su
extremo oriental, hay incienso. Y llegamos ebrias de olores a Mareb, residencia
de Balkis, y nos dirigimos a su palacio. Y entramos en él arrebatadas. Y,
atravesando siete puertas, penetramos dulcemente en el séptimo apartamento,
que era como la violeta. Y nos posamos sin ruido y discretamente, en la sombra
de la sombra, de forma que viéramos sin ser vistas. Y vi (¡oh visión entre las
visiones!) en un trono de plata de treinta codos de altura, detrás de una gran cortina del color de los mares cuando son profundos, a la Faraona adolescente,
sola con su belleza de dieciséis años. Y era una belleza que uno no se cansaría
de mirar. (…). ¡Por ver tus dos ojos hechiceros semejantes al loto, tu rostro que
confunde a la rosa, tu boca cofre de perlas, las abejas rojas de tus labios, la
sonrisa olvidada en tu comisura, el lunar de almizcle negro, adorno de tu
mejilla, estoy lanzando estos suspiros! ¡Y por ver el hálito precioso de la vida
levantando tan dulcemente tus dos senos nacientes, adorno de tu pecho! ¡Y tu
cuerpo, milagro de candor, y tu cintura de niña, misterio de la gasa y las
sederías!. ¡Y tú misma, más armoniosa que todo un coro de danzarinas! ¡Mira
mis lágrimas y mi espíritu quemado en el Sahara de la pasión!». Y la Abubilla,
en el límite de la emoción, dejó de hablar por un instante. Y luego dijo: «Y yo, oh
mi Señor, escondida todo el tiempo, veía a Balkis, protegida de los ojos
profanadores de los hombres por la gran cortina, presente y a la vez invisible. Y
así podía impartir justicia, recibir quejas y peticiones, nombrar y destituir, y
seguir siendo la descendiente de tantos dominadores y reyes antiguos. Y así se
me apareció, oh mi Señor, esta blanca hija de la mañana. Y ésta es la imagen
que, para ti, he traído en mi pecho. Pues bien, yo estaba tan absorta mirándola
que perdí la noción del tiempo, y éste es, oh mi Señor, el motivo del retraso de
mi llegada a tus manos. Y ahora mi alegría es una alegría muy grande. Y pongo
sobre mis labios el sello del silencio». Y cuando hubo hablado de este modo, la
Abubilla, discreta, se calló.


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