HÉRCULES SE ENFRENTA A LA HIDRA DE LERNA
Museo del Louvre. París.
Este es el relato de uno de los 12 Trabajos de Hércules que le manda Euristeo.
Este animal, la Hidra de Lerna, está relacionada con los escorpiones, ya que, cuando se le corta una de sus múltiples cabezas, según los autores, varían de 8 o 9 hacia 100, la sangre al caer al suelo se convierte en escorpiones y en serpientes.
De los relatos que existen sobre esta leyenda, el de Alice Bailey es el que vamos a utilizar, ya que es el que desprende mayor belleza.
"Junto al Río Amimona, está el infesto pantano de Lerna. Dentro de esta
fétida ciénaga yace la monstruosa hidra, una calamidad en la comarca. Esta
criatura tiene nueve cabezas, y una de ellas es inmortal. Prepárate a combatir
con esta repugnante bestia. No pienses que pueden servirte, medios ordinarios;
destruyes una cabeza, dos crecen aceleradamente"
“Yo sólo puedo dar una palabra
de consejo”, dijo el Maestro. "Ascendemos arrodillándonos; vencemos
cediendo; ganamos renunciando. Ve. ¡Oh, hijo de Dios e hijo del hombre, y
vence!" Entonces, Hércules pasó a través del octavo Portal.
El estancado pantano de Lerna
era una mancha que desalentaba a todos los que llegaban a sus confines. Su
hedor contaminaba toda la atmósfera en un espacio de siete millas. Cuando
Hércules se aproximó, tuvo que detenerse, pues sólo el olor casi lo venció. La
cenagosa arena movediza era un peligro, y más de una vez Hércules rápidamente
retiró su pie temiendo que fuera succionado por la tierra floja.
Finalmente encontró la guarida
donde moraba la monstruosa bestia. Dentro de una caverna donde reinaba perpetua
noche, la hidra estaba oculta. De día y de noche Hércules rondaba el
traicionero pantano, esperando el momento propicio en que la bestia saliera.
Vigilaba en vano. El monstruo permanecía dentro de su fétida ciénaga.
Recurriendo a una estratagema,
Hércules sumergió sus flechas en brea ardiendo y las hizo llover directamente
dentro de la bostezante caverna donde moraba la horrible bestia. Una agitación
y conmoción sobrevino al punto.
La hidra emergió, con sus
nueve encolerizadas cabezas exhalando llamaradas. Su escamosa cola azotaba
furiosamente el agua y el barro salpicando a Hércules. A tres brazas de altura
se levantó el monstruo, una cosa de tal fealdad que parecía como si hubiera
sido hecha con los más impuros pensamientos concebidos desde que empezó el
tiempo. La hidra se abalanzó sobre Hércules y buscó enrollarse alrededor de sus
pies. El se apartó y le asestó un golpe tan demoledor que una de sus cabezas
fue inmediatamente separada. Apenas había caído esta horrible cabeza dentro del pantano, dos crecieron en su lugar.
Una y otra vez Hércules atacó al furioso monstruo, pero con cada asalto se
volvía más fuerte, no más débil.
Entonces Hércules se acordó
que su Maestro había dicho, “nos elevamos arrodillándonos”. Arrojando a un lado
su garrote, Hércules se arrodilló, agarró a la hidra con sus manos desnudas y
la levantó en el aire. Suspendida en medio del aire, su fuerza disminuyó. De
rodillas entonces, él sostuvo a la hidra alto por encima suyo para que el aire
y la luz purificadoras pudieran tener su esperado efecto. El monstruo, fuerte
en la oscuridad y el pantanoso barro, pronto perdió su poder cuando los rayos
del sol y el contacto del viento cayeron sobre él.
Se esforzó convulsionante,
pasando un estremecimiento a través de su repugnante figura. Más y más
desfallecida se hizo su lucha hasta que fue vencida. Las nueve cabezas se
inclinaron, luego con jadeantes bocas y vidriosos ojos cayeron flojamente hacia
adelante. Pero sólo cuando ellas yacían sin vida, Hércules percibió la mística
cabeza que era inmortal.
Entonces Hércules cortó la
cabeza inmortal de la hidra y la enterró, silbando todavía ferozmente, debajo
de una roca.
Mientras Hércules luchó en el
pantano, en medio del fango, el cieno, y la arena movediza, fue incapaz de
vencer a la hidra. Tuvo que levantar al monstruo en el aire; esto es, trasladar
su problema a otra dimensión, para poder resolverlo. Con toda humildad,
arrodillándose en el fango, tuvo que examinar su dilema a la luz de la
sabiduría y en la atmósfera elevada del pensamiento escrutador. De estas
consideraciones podemos deducir que las soluciones a muchos de nuestros
problemas vienen sólo cuando se logra un nuevo foco de atención, cuando se
establece una nueva perspectiva.
Cuando este monstruo de la
crueldad es elevado en el aire a la luz de la razón y la compasión, pierde su
poder. La tarea de transformar la energía de la crueldad en la de una activa
compasión, aún permanece. En dos pruebas Hércules "mató" cuando
debería haber amado, pero en Escorpio él realizó esta transformación,
extirpando de su propia naturaleza una tendencia que lo habría perjudicado en
toda empresa futura.
El de Escorpio es el
trabajo que desde ciertos ángulos nos ha preocupado y nos preocupará por largo
tiempo porque, a diferencia de Hércules, nosotros no hemos triunfado sobre la
hidra.
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